Dicen que esto realmente sucediò en un vuelo de la compañia British Airways,
entre Johannesburgo y Londres.
Una señora blanca, de cerca de 50 años, se sienta junto a un negro.
Visiblemente molesta llama a la azafata.
La azafata: '¿cual es su problema señora?'
La señora: 'pero, es que no lo ve? me han puesto al lado de un negro!!,
y no soporto estar junto a uno de estos seres tan desagradables,
así me ubíquenme en otro lugar, por favor'
La azafata: 'cálmese, casi todos los puestos de este vuelo están ocupados,
pero iré a ver si hay algun asiento libre'
La azafata se aleja y retorna luego de algunos minutos: 'señora, tal y como pensaba,
no hay ningún puesto libre en clase económica.
He hablado con el comandante que me ha confirmado que no hay tampoco puestos libres en la clase ejecutiva,
pero todavìa tenemos un puesto libre en primera clase'
Y antes que la señora pudiera hacer el más mínimo comentario, la azafata continuó:
- es completamente inusual en nuestra compañía permitir a un pasajero de clase económica
sentarse en primera clase, pero visto la circunstancia el comandante piensa que sería escandaloso
obligar a alguien a sentarse al lado de una persona así de repugnante...'
La azafata se da vuelta hacia el negro y le dice:
- así que, señor, si lo desea, tome su equipaje de mano,
que lo espera un asiento en primera clase...'
Todos los pasajeros que shockeados asistían a la escena, se levantaron y comenzaron a aplaudir.
Un hombre perdió su hacha; y sospechó del hijo de su vecino.
Espió la manera de caminar del muchacho, exactamente como un ladrón.
Observó la expresión del joven, como la de un ladrón.
Tuvo en cuenta su forma de hablar, igual a la de un ladrón.
En fin, todos sus gestos y acciones lo denunciaban culpable de hurto.
Pero más tarde, encontró su hacha en un valle.
Y después, cuando volvió a ver al hijo de su vecino,
todos los gestos y acciones del muchacho parecían muy diferentes de los de un ladrón.
Voy a a arraigar en ti. Mis fuerzas más oscuras
remueven lentamente la tierra de tu alma.
Quisiera penetrarte y enraizar mi esencia
sobre la carne viva que nutre tu fervor.
Ahondaré en ti mismo y abrasará tu sangre
el fuego de la mía rebelde y soñadora.
Invadido por mí, derribarás la cumbre
que te aleja del cielo.
¿No sientes mis raíces? Tu tallo florecido,
ebrio de sí, eterniza mi cálida fragancia.
¡Irguiéndolo alzarás la copa de mi frente,
hasta volcar su zumo en los labios del sol!
Ernestina de Champourcin
En la mitología griega, Astrea (en griego Αστραια Astraia o Αστραιη Astraiê, ‘la estrellada’, o también Αστραπη Astrapê, ‘relámpago’; en latín Astraea) era la diosa virgen que llevaba los rayos de Zeus en sus brazos. Astrea era hija Zeus y Temis, siendo pues una titánide y personificando junto a su madre a la justicia. Según otras fuentes, era hija de Astreo y Eos. Fue también la última inmortal que vivió entre los humanos durante la Edad dorada de Crono, abandonando la tierra en último lugar cuando ésta se envileció en la Edad del bronce. Zeus la subió al cielo, situándola entre las estrellas como la constelación Virgo, y la balanza de la justicia que llevaba en las manos se convirtió en la cercana constelación Libra. Con frecuencia es confundida con Dice, también hija de Zeus y Temis, quien la reemplazó como diosa de la justicia. Durante la Guerra de los Titanes Astrea fue una aliada de Zeus. Como Niké (la Victoria), se convirtió en una de sus ayudantes: la portadora de sus rayos. La recompensa por su lealtad puede haber sido el permiso para conservar su virginidad (es la única virgen entre todas las Titánides) y un lugar entre las estrellas como la constelación Virgo (pues aunque había nacido como una diosa de las estrellas, presumiblemente al principio no era más que una simple estrella, como sus hermanos). Se representa a Astrea como una diosa alada con una aureola brillante, que porta una antorcha (todos estos son atributos de una diosa de las estrellas) y los rayos de Zeus.
Un sabio le dijo a PEPE:
Si encuentras la verdad, cógela y arrójala al fondo de un pozo.
Más tarde, en la calle, PEPE se encuentra a una ciega que le pide que le ayude a cruzar.
¿Cómo se llama usted, señora? le pregunta PEPE.
Me llamo VERDAD, responde ésta.
Entonces, Nasdurin la coge y la arroja al fondo de un pozo.
Voy a apagar la luz
para quedarme a oscuras con tu rostro,
para inventar de nuevo aquel instante:
Intimidad etérea y fulminante,
piel en la voz,
voz en el canto,
en la mirada…
Voy a apagar la luz
porque la oscuridad me obliga a dibujarte,
me da la dulce libertad de juntar las ternuras,
de calcar las ansias y borrar las soledades…
Voy a apagar la luz
para pensar en ti.
Viviane Nathan