Trabajo más que cualquier mortal, pero más fácilmente porque lo hago segundo a segundo.
Tengo que hacer miles de tic-tacs para formar un día,
pero dispongo de un segundo para hacer cada uno de ellos.
No los quiero hacer todos a la vez.
Nunca me preocupo de lo que hice ayer, ni de lo que tendré que hacer mañana.
Mi ocupación es de hoy, aquí y ahora.
Sé que si hago lo de hoy bien, no tendré que molestarme por el pasado ni preocuparme por el futuro.
Tú que eres persona, si quieres vivir tan tranquilo y tan feliz como yo,
no trates de vivir toda tu vida, ni echarte todo el peso de tu trabajo en un solo día.
Vive ahora.
Haz el trabajo de cada día en su día.
Te convencerás, que si se toma tiempo, siempre hay tiempo para todo.
Hay un modo difícil y un modo fácil de hacer el trabajo que tiene que hacerse.
Si quieres encontrar el modo fácil, mírame a mí.
Nunca me preocupo, nunca me apresuro; pero nunca me retraso.
Lo que tengo que hacer lo hago.
Es este el secreto.
Anónimo
Érase que se era un día de invierno muy crudo. En el campo nevaba copiosamente,
y dentro de una casa de labor, en su establo, había un Burrito que miraba a través del cristal de la ventana.
Junto a él tenía el pesebre cubierto de paja seca. - Paja seca! - se decía el Burrito, despreciándola.
Vaya una cosa que me pone mi amo! Ay, cuándo se acabará el invierno y llegará la primavera,
para poder comer hierba fresca y jugosa de la que crece por todas partes, en prado y junto al camino!
Así suspirando el Burrito de nuestro cuento, fue llegando la primavera,
y con la ansiada estación creció hermosa hierba verde en gran abundancia.
El Burrito se puso muy contento; pero, sin embargo, le duró muy poco tiempo esta alegría.
El campesino segó la hierba y luego la cargó a lomos del Burrito y la llevó a casa.
Y luego volvió y la cargó nuevamente. Y otra vez. Y otra. De manera que al Burrito ya no le agradaba
la primavera, a pesar de lo alegre que era y de su hierva verde.
- Ay, cuándo llegará el verano, para no tener que cargar tanta hierba del prado! Vino el verano;
mas no por hacer mucho calor mejoró la suerte del animal. Porque su amo le sacaba al campo
y le cargaba con mieses y con todos los productos cosechados en sus huertos.
El Burrito descontento sudaba la gota gorda, porque tenía que trabajar bajo los ardores del Sol.
- Ay, qué ganas tengo de que llegue el otoño! Así dejaré de cargar haces de paja,
y tampoco tendré que llevar sacos de trigo al molino para que allí hagan harina.
Así se lamentaba el descontento, y ésta era la única esperanza que le quedaba,
porque ni en primavera ni en verano habia mejorado su situación.
Pasó el tiempo... Llegó el otoño. Pero, qué ocurrió? El criado sacaba del establo al Burrito cada día
y le ponía la albarda. - Arre, arre! En la huerta nos están esperando muchos cestos de fruta
para llevar a la bodega. El Burrito iba y venía de casa a la huerta y de la huerta a la casa,
y en tanto que caminaba en silencio, reflexionaba que no había mejorado
su condición con el cambio de estaciones.
El Burrito se veía cargado con manzanas, con patatas, con mil suministros para la casa.
Aquella tarde le habían cargado con un gran acopio de leña, y el animal, caminando hacia la casa,
iba razonando a su manera: - Si nada me gustó la primavera, menos aún me agrado el verano,
y el otoño tampoco me parece cosa buena, Oh, que ganas tengo de que llegue el invierno!
Ya sé que entonces no tendré la jugosa hierba que con tanto afán deseaba. Pero, al menos,
podré descasar cuanto me apetezca. Bienvenido sea el invierno!
Tendré en el pesebre solamente paja seca, pero la comeré con el mayor contento.
Y cuando por fin, llegó el invierno, el Burrito fue muy feliz.
Vivía descansado en su cómodo establo, y, acordándose de las anteriores penalidades,
comía con buena gana la paja que le ponían en el pesebre. Ya no tenía las ambiciones
que entristecieron su vida anterior. Ahora contemplaba desde su caliente establo
el caer de los copos de nieve, y al Burrito descontento (que ya no lo era)
se le ocurrió este pensamiento, que todos nosotros debemos recordar siempre,
y así iremos caminando satisfechos por los senderos de la vida:
Contentarnos con nuestra suerte es el secreto de la felicidad.
La mujer del otoño llegaba a mi ventana
sumergiendo su rostro entre las vides,
reclinando sus hombros, sus vegetales hombros, en las nieblas,
buscando inútilmente su pecho resignado a nacer y morir entre dos sueños.
Desde un lejano cielo la aguardaban las lluvias,
aquellas que golpeaban duramente su dulce piel labrada por el duelo de una vieja estación,
sus ojos que nacían desde el llanto
o su pálida boca perdida para siempre, como en una plegaria que inconmovibles dioses acallaran.
Luego estaban los vientos adormeciendo el mundo entre sus manos,
repitiendo en sus mustios cabellos enlazados
la inacabable endecha de las hojas que caen;
y allá, bajo las frías coronas del invierno,
el cálido refugio de la tierra para su soledad, semejante a un presagio,
retornada a su estela como un ala.
Oh, vosotros, los inclementes ángeles del tiempo,
los que habitáis aún la lejanía
-ese olvido demasiado rebelde-;
vosotros, que lleváis a la sombra,
a sus marchitos ídolos, eternos todavía,
mi corazón hostil, abandonado:
no me podréis quitar esta pequeña vida entre dos sueños,
este cuerpo de lianas y de hojas que cae blandamente,
que se muere hacia adentro, como mueren las hierbas.
Olga Orozco
Cuentan que un día un campesino le pidió a Dios le permitiera mandar sobre la Naturaleza para que
–según él – le rindieran mejor sus cosechas. ¡Y Dios se lo concedió!
Entonces cuando el campesino quería lluvia ligera, así sucedía; cuando pedía sol,
éste brillaba en su esplendor; si necesitaba más agua, llovía más regularmente; etc.
Pero cuando llegó el tiempo de la cosecha, su sorpresa y estupor fueron grandes
porque resultó un total fracaso. Desconcertado y medio molesto le preguntó a Dios por qué salió así la cosa,
si él había puesto los climas que creyó convenientes.
Pero Dios le contestó –“Tú pediste lo que quisiste, más no lo que de verdad convenía.
Nunca pediste tormentas, y éstas son muy necesarias para limpiar la siembra,
ahuyentar aves y animales que la consuman, y purificarla de plagas que la destruyan ...”-
Así nos pasa: queremos que nuestra vida sea puro amor y dulzura, nada de problemas.
El optimista no es aquel que no ve las dificultades, sino aquel que no se asusta ante ellas,
no se echa para atrás. Por eso podemos afirmar que las dificultades son ventajas,
las dificultades maduran a las personas, las hacen crecer.
Por eso hace falta una verdadera tormenta en la vida de una persona,
para hacerla comprender cuánto se ha preocupado por tonterías por chubascos pasajeros.
LO IMPORTANTE NO ES HUIR DE LAS TORMENTAS SINO TENER FE Y CONFIANZA EN QUE PRONTO PASARÁN
Y NOS DEJARÁN ALGO BUENO EN NUESTRAS VIDAS.
Cuentan que cierto día, estaban en el bosque un caballo y su pequeño hijo,
ambos gustaban de correr sin rumbo fijo, solo por el placer de sentir el cálido aire sobre sus cabezas.
Padre e hijo disfrutaban mucho de estas carreras y el compartir sus conversaciones
que tanto bien hacia a ambos, siempre tenían pláticas de lo más amenas
y realmente existía una comunicación constante entre ellos.
Una mañana, salieron como era su costumbre a correr, estaban muy felices porque era un día espléndido,
cuando de repente el pequeño caballo tropezó y cayó rodando, su padre se detuvo de inmediato
volviendo sobre sus pasos para ver que le había sucedido a su pequeño hijo.
Se acerco a él para averiguar si se encontraba bien, y el pequeño no lograba levantarse,
muy asustado le dijo a su padre: - Siento que no podré volverme a levantar,
me siento muy lastimado de una pata.
- Hijo, debes levantarte, acaso ¿Te has roto algo?- Padre, le dijo el caballito,
creo que no me he roto nada, sin embargo, un caballo nunca se cae y cuando lo hace,
le resulta sumamente difícil levantarse.
- Hijo, estás equivocado, algunos animales como nosotros caen, pero vuelven a levantarse y tu te levantarás,
porque tu no tienes nada roto, tu voluntad hará que te levantes y vuelvas a caminar
y a correr como siempre lo has hecho, no permitirás que tu mente te haga tomar una decisión equivocada,
creyendo que porque has caído no podrás levantarte, además, yo te ayudaré a hacerlo,
porque yo precisaré de tu ayuda, cuando caiga y necesite levantarme igualmente.
- Pero padre, ¿cómo podría yo ayudarte a levantar si soy tan pequeño?
- Hijo no se necesita fuerza física para dar esa clase de ayuda, solo se requiere un gran amor,
esa es la clase de ayuda que necesitamos, sentirnos apoyados por nuestros seres más queridos,
y yo te amo mucho y por esa razón te digo que te levantes,
porque todavía tenemos muchos caminos que recorrer juntos.
Y nuestro pequeño caballito, se levantó, se sacudió el polvo, empezó a caminar junto a su amado padre
y pronto empezaron a correr como era su costumbre.
CAERSE no es lo importante, lo importante es LEVANTARSE cuantas veces sea necesario.
Al llegar a Florencia, se entrelazan
luminosos recuerdos con vivencias
de cercana ebriedad. Transcurre el día
plasmado en asimétricos espejos
que un remanso del Arno desdibuja.
Al llegar o al partir, qué importa entonces
si atraviesan el tiempo las palomas
del alma… Quiero aquí bajar mis ojos
al húmedo cristal donde se funden
un escorzo, una cúpula, un ducado.
María Sanz