Un padre es el hombre que día tras día nos da ejemplo de vida.
Con su fortaleza y cariño llena de seguridad el hogar y lleva tranquilidad a los suyos;
aplaude oportunamente a todos en sus pequeños aciertos,
porque sabe que tras ellos se esconden mayores realizaciones.
No existen palabras que puedan expresar lo que significa el amor de un buen padre
porque las palabras son limitadas, aunque su amor es infinito e ilimitado.
Un padre posee la sabiduría de un maestro y la sinceridad de un amigo.
Para él se anhela toda la felicidad, porque nadie como él la merece.
Ricardo tiene una casa en la colina. En esa casa hay un misterioso trastero.
Lleno de muebles viejos, retratos, percheros, revistas y ropa usada.
En una caja marrón estaba guardado un sombrero de copa, que de vez en cuando,
se asomaba para ver si podía salir de la caja. Se llamaba Sombrerete.
Cuando no había nadie en la casa, los muebles del trastero salían a jugar.
Los muebles decían al ver aparecer a sombrerete fuera de su caja.
¡El gran caballero Sombrerete!. ¡El más elegante del trastero!.
El trastero, no tenía ventanas, era un lugar oscuro.
Una pequeña bombilla iluminaba la habitación. Se llamaba bombillita y era muy risueña y coqueta.
Se pasaba todo el día, luciendo de aquí para allá. Siempre siendo la protagonista.
¡Qué coqueta!. Cuanto más la miraban más luz daba. Se hizo muy amiga de Sombrerete.
El pobre sombrero, estaba enamorado de bombillita, pero nunca se lo dijo.
Se consideraba muy poquita cosa para ella
El sombrero pensaba: ¡Nunca se fijará en mí!. Un día hacía mucho frío,
los muebles se pusieron a jugar como siempre, -¡Querían entrar en calor!.
- ¡Estaban helados¡ A Bombillita se le ocurrió una idea:
-¡Ya sé, os iluminaré con toda mi fuerza y os calentaré!.
Todos le dieron las gracias.
¡Espero que funcione, dijo ella riendo!.
¡Brillaba y brillaba!.
¡Y tanto brilló, que explotó!.
¡Pobre bombillita, era tan linda!.
Ricardo bajó al trastero y al intentar encender la luz,
se dio cuenta que la bombilla estaba hecha mil pedazos. Cogió una nueva y la puso.
También era hermosa, pero todos se acordaban mucho de bombillita.
Cuando Ricardo se marchó. Todos miraron hacia el cielo y dijeron. ¡Adiós bombillita!.
-¡Mucha suerte!. -¡No te olvidaremos!.
La puerta del trastero se cerró y todos los muebles se fueron a dormir.
Escalón a escalón, una cansada
mujer asciende como si del centro
de la tierra subiera. De allá adentro
honda sombra retiene en la mirada
Implacable le impone la escalera
su destino de tramos sucesivos.
Muertos ahora parecen los que vivos
deseos fueron de la primavera
Al mirarla subir tan abatida,
me pareció la imagen de la vida
resignada, y haciéndose la fuerte.
Mas sin embargo esta mujer subiendo
la escalera infinita, ahora comprendo
que es la imagen segura de la muerte.
Leopoldo de Luis
Una tarde un nieto charlaba con su abuela sobre los acontecimientos actuales cuando él preguntó:
—¿Qué edad tienes abuela?
La abuela respondió:
—Bueno, déjame pensar un momento...
Nací antes de la televisión, las vacunas contra la polio, las comidas congeladas,
la fotocopiadora, los lentes de contacto y la píldora anticonceptiva.
No existían los radares, las tarjetas de crédito, el rayo láser ni las prostitutas en línea.
No se había inventado el aire acondicionado, el lavavajillas, las secadoras
(las prendas se ponían simplemente a secar al aire fresco).
El hombre todavía no había llegado a la Luna y no existían los aviones
de propulsión a chorro para pasajeros.
Tu abuelo y yo nos casamos y recién después vivimos juntos,
y en cada familia había un papá y una mamá. “Gay” era una palabra respetable en Inglés
que significaba una persona contenta, alegre y divertida, no homosexual.
De lesbianas nunca habíamos oído hablar y los muchachos no usaban aros.
Nací antes de la computadora, las dobles carreras universitarias y las terapias de grupo.
La gente no se analizaba, salvo que el médico les ordenara un examen de sangre o de orina.
Hasta que cumplí 25 años, llamé a cada policía y a cada hombre “señor” y a cada mujer
“señora” o “señorita”. En mis tiempos la virginidad no producía cáncer.
Nuestras vidas estaban gobernadas por los 10 Mandamientos, el buen juicio
y el sentido común. Nos enseñaron a diferenciar entre el bien y el mal
y a ser responsables de nuestros actos.
Creíamos que la comida rápida era lo que la gente comía cuando estaba apurada.
Tener una relación significativa era llevarse bien con primos y amigos.
Tiempo compartido significaba que la familia compartía unas vacaciones, no un condominio.
No se conocían los teléfonos inalámbricos y mucho menos los celulares.
Nunca habíamos oído hablar sobre la música estereofónica, las radios FM, casettes, CD's,
DVD's, máquinas de escribir eléctricas; calculadoras (ni siquiera mecánicas, y menos aún,
las portátiles). “Notebook” era una libreta para anotaciones. “Sale” se decía cuando
alguien salía. A los relojes se les daba cuerda cada día. No existía nada digital,
ni los relojes ni los indicadores con numeritos luminosos en los artefactos del hogar,
ni en las máquinas.
Hablando de máquinas, no existían los cajeros automáticos, los hornos a microondas
ni las radio-reloj-despertador. Para no hablar de los video-casettes
o las filmadoras de video. Las fotos no se veían al instante y en colores.
Había sólo en blanco y negro y su revelación y copiado demoraba más de 3 días.
Las de colores no existían.
Si en algo decía “Made in Japan” se lo consideraba de mala calidad, y no existía
“Made in Korea” ni “Made in Taiwan” ni “Made in Tailand”.
No se había oído hablar de “Pizza Hut” ni “McDonald's”, del café instantáneo,
ni de los endulzantes artificiales.
Existían tiendas donde se compraban cosas por 5 y 10 centavos. Los helados,
los pasajes de colectivo y las gaseosas: todo costaba 10 centavos.
Se podía comprar un coche nuevo por menos de 1.000 dólares, pero... ¿quién los tenía?
En mi tiempo, “hierba” era algo que se cortaba y no se fumaba; “Coca” era una gaseosa;
“Chip” significaba un pedazo de madera; “hardware” era la ferretería y el “software”
no existía. Fuimos la última generación que creyó que una señora necesitaba
un marido para tener un hijo. Ahora dime, ¿cuántos años crees que tengo?
—Y... abuela... ¡Más de 200 años ! —contestó el nieto.
—No, querido ... ¡solamente 56!
La lluvia cae sin cesar sobre el parque desolado del inmenso castillo.
Los pájaros asustados se esconden debajo de los cobertizos y los cisnes blancos del estanque
se refugian en una cabaña que el rey mandó construir para protegerlos. Laura, la princesa,
aburrida mira el paisaje gris que se extiende de su castillo hacia el infinito.
Nada la distrae de su cansancio y de su aburrimiento. Sola, abandonada de todos inventa
juegos y amigos que no acuden para distraerle. Que largo y pesado es el día.
No ocurre nada, no viene nadie para amenizarle las horas que se suceden unas detrás de otras.
Laura cansada de estos momentos vacíos llama a sus criadas una por una para
que le sugieran alguna distracción. Más las buenas mozas, bostezando a cada instante,
no tienen mejores ideas que su joven dueña. Enfurecida, Laura las despide, las castiga
y les prohíbe hablar hasta que llegue la noche.
La princesita coge su espejo y mira su dulce rostro ensombrecido por el hastío.
De repente, en el fondo del espejo, se enciendo una luz ambarina que destella como un diamante.
La joven pasa sus dedos sobre la luz que repentinamente le quema.
Será, piensa Laura, una ficción creada por el brujo del palacio que hoy también se aburre.
Más la luz empieza a tener formas, contornos... y se sale del marco del espejo,
vagando por la habitación con gran estruendo. Al ruido caótico se une un fuerte perfume
a fresa y frambuesas del bosque. Laura, asustada, pide auxilio, pero ni los reyes,
ni la servidumbre oyen sus gritos. La llama, presa de una risa insostenible,
le pregunta lo que le ocurre, impresionándole aún más.
Laura llora y pide clemencia a esta “ cosa” que le provoca tanto terror. Por fin,
la llama concluye con sus risas y voces y indica a la princesa que no piensa causarle ningún daño.
Le explica que es el reflejo del propio aburrimiento. Hastiada en el fondo del espejo
quería hacer algo divertido para cambiarse las ideas y de paso alegrar a la muchachita.
Todas las tensiones desaparecen y Laura decide convertirse en la amiga de la llama.
Tranquila y serena, la princesita cuenta su mal estar por este día lluvioso
sin sorpresa y sin fin. La llama le aconseja que coja un libro de cuentos
y le lea algún párrafo con el fin de encontrar un remedio a esta situación.
Y Laura lee, lee, lee cuentos y cuentos a la llama hasta que caiga la noche.
Sin darse cuenta, las horas van corriendo hasta el anochecer y Laura no vea el tiempo pasar.
Cuando, muy tarde, la princesita se percata que no tiene la suficiente luz para seguir leyendo,
advierte también que la llama del aburrimiento ha desaparecido y que está sola en su habitación.
Laura acaba de comprender el poder de la lectura. En unas pocas horas,
ha dado la vuelta al mundo, ha conocido millones de amigos,
ha descubierto valiosos tesoros. Gracias a los libros ha vencido al aburrimiento.
Autora: Harmonie Botella
Una mujer desnuda y en lo oscuro
tiene una claridad que nos alumbra
de modo que si ocurre un desconsuelo
un apagón o una noche sin luna
es conveniente y hasta imprescindible
tener a mano una mujer desnuda.
Una mujer desnuda y en lo oscuro
genera un resplandor que da confianza
entonces dominguea el almanaque
vibran en su rincón las telarañas
y los ojos felices y felinos
miran y de mirar nunca se cansan.
Una mujer desnuda y en lo oscuro
es una vocación para las manos
para los labios es casi un destino
y para el corazón un despilfarro
una mujer desnuda es un enigma
y siempre es una fiesta descifrarlo.
Una mujer desnuda y en lo oscuro
genera una luz propia y nos enciende
el cielo raso se convierte en cielo
y es una gloria no ser inocente
una mujer querida o vislumbrada
desbarata por una vez la muerte.
Mario Benedetti